En 2003, apenas 18 países africanos tenían a China como principal socio comercial por encima de Estados Unidos.
Veinte años después, la situación ha cambiado drásticamente: hoy, 52 de los 54 países del continente comercian más con Pekín que con Washington.
Este no es un simple desvío de rumbo, sino una transformación profunda del mapa geoeconómico.
En 2024, el comercio entre China y África alcanzó los 295.000 millones de dólares, con un crecimiento interanual del 6 %, consolidando a China como el mayor socio comercial de África por decimoquinto año consecutivo.
La inversión extranjera directa (IED) china en África ha pasado de unos 75 millones de dólares a cerca de 4.000 millones en solo dos décadas.
Esta inversión no se limita a cifras: ha financiado la construcción de infraestructuras clave como autopistas, puertos, ferrocarriles, presas y hospitales, reforzando su presencia física y su influencia diplomática en el continente.
A través de iniciativas como la Franja y la Ruta (BRI, por sus siglas en inglés) y el Foro de Cooperación China-África (FOCAC), China no solo ha abierto rutas comerciales, sino también canales políticos y estratégicos.
Estas plataformas han servido para condonar deudas, firmar acuerdos bilaterales y fomentar una narrativa de "cooperación Sur-Sur" frente al legado colonial occidental.
Mientras tanto, Estados Unidos observa con creciente inquietud cómo pierde terreno, conexiones y protagonismo. No se trata simplemente de una pérdida de influencia: es como si Washington estuviera perdiendo el mapa entero.